Parque Natural Cabo de Gata-Níjar

Bienvenidos a Parque Natural Cabo de Gata – Níjar, un lugar escaso en caminos y en agua, prolífico en arbustos con espinas y donde, sin embargo, la vida se abre paso en todo su esplendor. Su escarpado relieve y las difíciles condiciones climatológicas lo mantuvieron aislado y con apenas población durante siglos, incluido el XX, salvándolo del frenesí constructor del litoral español y permitiéndonos disfrutar hoy de un entorno donde la naturaleza salvaje convive con el ser humano en uno de los lugares con más magia de nuestras costas. Su biodiversidad (terrestre y marina), su origen volcánico, los restos de las distintas civilizaciones que han pasado por aquí y su peculiar clima lo convierten en una visita imprescindible.

Con sus 37.500 hectáreas terrestres y sus 12.012 marinas, se trata del espacio protegido de mayor envergadura del Mediterráneo y uno de los que cuenta con más protecciones dentro de nuestro país, además de haber obtenido los reconocimientos internacionales de Reserva de Biosfera y Geoparque. Y no es para menos: la flora del Parque Natural Cabo de Gata – Níjar registra más de 1.000 especies terrestres exclusivas de la zona. A esto hay que sumar sus ricos fondos marinos, donde las praderas de posidonia oceánica alimentan una abundante vida subacuática, y una variada fauna, en la que destacan las aves por la variedad y la importancia de las especies que se pueden ver en el Parque. Los amantes de la naturaleza encontrarán cada día un nuevo motivo por el que volver a  visitar el Cabo y un nuevo sendero por el que perderse a pie, a caballo o en bicicleta.

Las playas son, sin duda, otro de los principales atractivos del Cabo de Gata que puede presumir de contar con los 50 km. de costa mejor conservada del litoral Mediterráneo europeo. En ellos encontramos desde playas urbanas totalmente equipadas como las de San José o Aguamarga, hasta calas a las que no se puede acceder a pie, pasando por impresionantes playas naturales. Su clima, con una media de temperatura anual entre los 18º C y los 20º C (literalmente, no existe el invierno) y con el menor registro de precipitaciones de Europa, ayuda a convertir la región en un excelente destino para los amantes del sol y del mar. Olvidarse de todo sobre un lecho de arena negra, bordear acantilados montando en kayak, explorar un barco hundido junto a otros submarinistas… las distintas playas ofrecen multitud de opciones para desconectar y reconectarse con la naturaleza.

La magia la pone el desértico paisaje del Parque Natural, que es tremendamente evocador y contiene rincones más propios de la ficción que de la costa Mediterránea, fruto, en gran parte, de su origen volcánico. Hace millones de años, el Cabo de Gata no era más que una serie de volcanes bajo el mar. Las acumulaciones de lava, erupción tras erupción, la retirada del agua y la erosión han desarrollado un delicado trabajo con el que, durante siglos, se ha modelado el contorno del lugar. Rocas con caprichosas formas, arenas de distintos colores, cimas coronadas con corales fosilizados, cuevas submarinas, formaciones dunares… son sólo algunos ejemplos de lo que esconde el Geoparque de Cabo de Gata-Níjar que, hablando de piedras, no debe su nombre a ningún felino, sino a las ágatas.

Entre tanta naturaleza, se vislumbra, salpicada, la huella del ser humano, que ha sabido adaptarse al medio, respetarlo, incluso beneficiarlo, y lo hace a través de los más de 150 bienes de interés etnológico que se han catalogado en el Parque. Existen yacimientos arqueológicos de la Edad del Bronce en los que se puede apreciar cómo ya los pobladores de entonces extraían y trabajaban el sílex o el cobre. Más tarde, los romanos se asentaron y desarrollaron, entre otras, actividades económicas en torno a la pesca, como se puede observar en la factoría de salazones de Torregarcía. Los árabes construyeron todo un sistema de defensa de la costa a base de fuertes y atalayas que sirvió como base al que se levantó entre los siglos XVI y XVIII y del que sobreviven numerosos torreones aún hoy. Entre los siglos XVI y XX, la minería ocupó un lugar destacado en la economía del Parque, sobre todo en Rodalquilar, donde se conservan diversas infraestructuras mineras, y en Aguamarga, con un puerto que fue clave para esta actividad. Todo en un entorno inhóspito para el asentamiento humano. La lucha por la obtención y el almacenamiento del agua, un bien básico y escaso en la zona, queda patente en las numerosas infraestructuras que han resistido hasta nuestros días. Pozos, norias movidas con tracción animal y molinos (la mayoría de viento y algunos de agua), muchos de ellos restaurados, nos narran cómo los pobladores de estas tierras han intentado aprovechar sus recursos.

Hoy, la principal fuente de ingresos es el turismo, preferentemente sostenible, pero la agricultura y la pesca persisten en mayor o menor escala. Mientras, el Parque ve cómo su escasa población va creciendo más allá de las épocas de vacaciones, debido a la llegada de nuevos vecinos a sus barriadas, muchas de ellas prácticamente despobladas. Personas que llegaron como visitantes y volvieron para quedarse, porque cualquiera se puede enamorar de este lugar.

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