Uno de los elementos más destacados de la geografía del Parque Natural de Cabo de Gata – Níjar es una albufera, reconvertida en salina, situada en la llanura al pie de la sierra volcánica en el extremo sur del espacio protegido. La historia de esta explotación industrial nos lleva al menos a tiempos romanos, una civilización que daba un enorme valor a esta substancia, tanto que de esa época heredamos el término castellano “salario”, del latín salarium, que se aplicaba a una paga que por costumbre recibían los esclavos domésticos. La sal fue también parte de pago a soldados, en especial en las épocas más arcaicas del imperio. Fueron los romanos quienes diseñaron un sistema que permitía traer a la laguna la necesaria agua del mar y que aún hoy día constituye la esencia de su funcionamiento.

En épocas anteriores, la explotación de la sal se realizaba de forma más rudimentaria gracias a la entrada de agua marina en la albufera, que se producía de forma natural durante los temporales de poniente. Sin embargo, como cualquier ambiente geológico activo (y los entornos sedimentarios costeros tienen una actividad geológica frenética), la albufera de Cabo de Gata fue, poco a poco, quedando aislada del mar debido al crecimiento de una gigantesca barra de arena. Sobre ella se asienta la carretera que une el pueblo de Cabo de Gata con La Fabriquilla, además del núcleo de población “La Almadraba de Monteleva” y las propias instalaciones y viviendas de las salinas. En efecto, el relleno sedimentario del Golfo de Almería, cuyas corrientes tienden a desplazar los sedimentos hacia el Este, fue acumulando arena en la orilla de la laguna, hasta cerrarla por completo. Se puede apreciar con facilidad cómo esta barra de arena es más estrecha cuanto más al Este.

La punta de los motores, que se encuentra en los primeros acantilados al dirigirnos hacia el faro, guarda en su base los restos de una serie de pozas y canales, encargados de captar y transportar, a favor de la gravedad, el agua de mar que las olas rompientes hacen saltar varios metros por encima durante los temporales de poniente. Al carecer el Mediterráneo de mareas (las extremas apenas alcanzan medio metro de oscilación), los sistemas de compuertas utilizados en salinas atlánticas no son útiles aquí. Un canal de varios quilómetros conecta aún hoy la punta de los motores con los primeros estanques del proceso de cristalización, los evaporadores, en los que se inicia la formación de la sal duplicando su concentración en el agua. Aún hoy el transporte del agua marina se realiza a favor de la gravedad, si bien la captación se hace mediante bombeo.

Estos evaporadores mantienen el agua durante periodos relativamente largos y con una profundidad suficiente como para facilitar la vida de aves, especialmente las zancudas, entre las que destacan los flamencos, cuyo color no es innato. Se debe por el contrario a un pigmento contenido en los crustáceos de los que se alimentan en estas aguas. Decenas de especies de aves más utilizan los diversos estanques tanto de forma permanente como estacional, y también en las épocas de migración. Las salinas de Cabo de Gata son un humedal de vital importancia para las aves acuáticas y una estación de paso imprescindible para aquellas que migran en primavera y otoño de África a Europa y viceversa. En este sentido, la industria salinera, con su actividad extractiva, representa un vector de conservación imprescindible para este humedal que tiene además una sobresaliente riqueza botánica y de otras formas de vida.

En 1907, la compañía Salineras de Acosta construye la monumental Iglesia de las Salinas, que preside el paisaje de las llanuras litorales del Golfo de Almería. Junto al conjunto de viviendas de los trabajadores y el embarcadero desde el que se transportaba la sal por vía marítima, conforman un excepcional legado cultural y arquitectónico. Durante aquellos años, la mayor parte de la producción se exportaba a países nórdicos, donde los conserveros de bacalao la usaban para producir sus salazones, convirtiendo esta empresa en un rentable negocio que permitió este extraordinario desarrollo urbano.

En la actualidad, este humedal es una reserva protegida no solo por la declaración de Parque Natural, sino también por la convención RAMSAR para la protección de los ecosistemas acuáticos. El Parque Natural de Cabo de Gata – Níjar posee además, en su integridad o en zonas concretas, las designaciones de Reserva de la Biosfera, zona de especial protección para las aves (ZEPA), lugar de interés comunitario (LIC), zonas especialmente protegidas de importancia para el Mediterráneo (ZEPIM), o Geoparque Global de la Unesco, entre otros. Conocer las salinas es posible a través de la red de observatorios ornitológicos que la rodea, así como realizando alguna actividad de ecoturismo con alguna empresa autorizada. Se trata de un entorno sensible que, como visitantes, debemos respetar y admirar en toda su magnitud para que conserve su esencia natural y humana para generaciones futuras.